Los cometas que pudieron arrasar la Tierra

Científicos norteamericanos han desarrollado un nuevo método para detectar antiguos impactos de bólidos celestes contra el planeta y, lo que es más importante, poder prevenirlos en el futuro.


A miles de kilómetros por hora, el impacto de un cometa contra la Tierra resulta una hecatombe sólo comparable a una mega bomba nuclear. Escenarios como éste ya han sido registrados en el pasado, pero pueden ser "mucho más frecuentes de lo que pensamos", asegura Adrian Melott, profesor de Física y Astronomía en la Universidad de Kansas (EE.UU.). El especialista ha desarrollado, junto con su equipo, un nuevo médodo para detectar antiguos choques de estos bólidos celestes con el planeta, una técnica que podría ayudar a conocer la frecuencia de estos fenómenos y prevenir un desastre semejante en el futuro. El método resulta especialmente interesante si se tiene en cuenta que, al contrario de los asteroides, que guardan órbitas ordenadas y predecibles, estos vagabundos del espacio tienen trayectorias más extravangantes y parecen moverse como una bala disparada desde el fondo de no se sabe dónde. Ese lugar oscuro suele ser la Nube de Oort, formada por miles de millones de rocas y fragmentos helados, restos de la nebulosa de la que se formó nuestro sistema solar hace cerca de 4.500 millones de años.

Hasta ahora, a pesar del enorme interés que causan estos fenómenos, ha sido difícil determinar la frecuencia con la que un cometa ha entrado en la atmósfera, ya que las principales pistas que los científicos tienen en cuenta para confirmar su visita son los cráteres o la devastación que dejan sobre la superficie, unas pistas que la erosión y el tiempo se encargan de ocultar. En otros casos, la bola de escombros puede acabar en el fondo del océano, sus señales ocultas a nuestros ojos bajo un manto de miles de litros cúbicos.

Pero todo criminal olvida alguna huella. Los investigadores ya sabían que en el hielo puede encontrase una de ellas, los restos de nitratos, y ahora el equipo dirigido por Melott ha añadido una nueva clave: el hallazgo de altos picos de amoníaco, una prueba que ha dado a conocer durante el encuentro de la Unión Americana de Geofísica.

Los científicos estudiaron dos posibles explosiones en los cielos provocadas por cometas. Una de ellas es el famoso caso Tunguska. En junio de 1908, una terrible onda expansiva arrasó literalmente más de 2.000 kilómetros cuadrados de tundra. La fuerza de la detonación, entre diez o quince megatones, derribó a personas y animales en más de 500 km de distancia. Durante varias noches, en todo el norte de Europa, Rusia y algunas zonas de Estados Unidos, un extraño resplandor iluminó la oscuridad. Durante cien años, los científicos no se ponían de acuerdo en qué había provocado el suceso, si se trató de un asteroide o un cometa. Hace tan sólo unos meses, expertos de la Universidad de Cornell aportaban evidencias sólidas de que el culpable había sido un cometa, basándose en las "nubes nocturnas" vistas después del impacto.

El segundo suceso se produjo alrededor de 13.000 años antes y también ha sido largamente estudiado. Es el impacto extraterrestre que enfrió el clima y que se relaciona con una larga escala de extinciones en América del Norte. Conocido como el Younger Dryas, este período helado coincidió con el final de la cultura prehistórica de los Clovis.

Pues bien, los investigadores examinaron la composición del hielo extraído de Groenlandia para comparar la química atmosférica durante el Tunguska y los sucesos del Younger Dryas. En ambos casos, el grupo encontró evidencias del proceso de Haber, la reacción de nitrógeno e hidrógeno gaseosos para producir amoníaco a gran escala.

"Un cometa que entra en la atmósfera provoca una enorme onda de choque con altas presiones -6.000 veces la presión del aire-", explica Melott. "Se puede demostrar que bajo esas condiciones aparece el amoníaco. El cometa de Tunguska, o algunos fragmentos del mismo, aterrizaron en un pantano. Y cualquier cometa del Youger Dryas presumiblemente golpeó un bloque de hielo, así que podría haber habido un montón de agua alrededor para que se produzca el proceso de Haber".

El investigador cree que este hallazgo podría servir como un marcador útil para detectar con más precisión posibles impactos de cometas. "Hay un extenso programa para buscar asteroides cercanos a la Tierra, ya que giran repetidamente alrededor del Sol, y algunos de ellos incluso llegan a rozar nuestro planeta", apunta Melott, "pero los cometas son bólidos diferentes. No tienen ese movimiento circular, sino que vienen directamente desde lejos, muy lejos, y no los ves llegar hasta que muestran su cola sólo unos años después de que entren en el Sistema Solar. De esta forma, podríamos ser amenazados por un cometa y sólo tener unos pocos años de alerta, posiblemente un tiempo insuficiente para hacer algo al respecto".

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