El observatorio de la ESO, ubicado en la comuna de Taltal, en la Región de Antofagasta, Chile, guarda bajo tierra una verdadera ciudadela. Allí 200 personas no sólo trabajan para desentrañar los secretos del Universo, sino que comparten su vida cotidiana.
Al avanzar por el desierto de Atacama, los últimos signos de vida desaparecen. Ahí, a casi 140 kilómetros al suroeste de Antofagasta no hay nada. Ni vegetación ni menos personas. Por eso es natural que al subir las montañas cuatro cúpulas brillantes copen toda la vista: es el Observatorio Paranal, construido por la European Southern Observatory (ESO) para alojar al VLT, uno de los telescopios más grandes del mundo.
Y aunque sus modernas construcciones sirvieron incluso de locación para una película de James Bond, sus calles vacías y sin movimiento sólo me hacen confirmar que quien me dijo que llevara traje de baño "para aprovechar" no era más que una buena bromista. Paranal parece un pueblo fantasma, dominado en las alturas por los telescopios.
La Residencia
Pronto confirmo que debí traer el traje de baño. Sólo unos pasos a la izquierda el complejo comienza a develar sus sorpresas: una gran cúpula que se ve a lo lejos y cuya puerta parece la de un bunker esconde una verdadera ciudadela bajo tierra. Más de 200 personas viven ahí, lo que mantiene funcionando al observatorio las 24 horas del día.
Basta bajar la rampa y atravesar el umbral de la cúpula para dejar atrás los 30º de calor que hay en la superficie. Un color verde intenso golpea la vista, dejando en el olvido el amarillo del desierto. Es el jardín interior que da la bienvenida a "la residencia": hogar de la mayoría de los trabajadores de Paranal. Oculto entre dos cerros, sólo deja ver su cúpula de cristal desde el exterior. Adentro, sin embargo, podemos ver que una cara del edificio mira hacia el desierto. Además, una piscina invita a pasar el calor que entrega la vista. "No era broma", pienso.
El lugar contrasta con la soledad del exterior. Respiro aliviado. Aquí no sólo hay un verdadero poblado, sino un especie de hormiguero humano que aloja una cultura única, donde todo, hasta el más mínimo detalle, está pensado.
En la residencia nadie se fija en la nacionalidad o el trabajo que el otro desempeña. Todos son iguales. Las 120 habitaciones dejan en claro este concepto. Son idénticas y desde "capitán a paje" reciben el mismo trato y comodidades. El sauna, la piscina, o la sala de música están abiertos para todo que tenga tiempo de usarlos. Incluso para los periodistas invitados.
Por eso no es raro -como lo sería en cualquier parte de Chile- que nos topemos con un guardia tocando piano en la sala de música o a un ingeniero ocupando la piscina a las 10 de la noche como colegas iguales.
La comida y el agua son otro tema en la mitad del desierto. Pero para satisfacer a personas de diferentes nacionalidades y gustos, la cocina se esmera: tienen más de 10 tipos de panes y ofrecen varios platos cada día para que europeos y chilenos no extrañen la comida casera. Todos nos dejamos querer. La comida abunda y es buena. Para los habitantes habituales -no para nosotros, por cierto- también es una buena motivación para usar el gimnasio, la cancha de tenis o de fútbol que hay arriba.
El rayo verde
Los espejos de 8,2 m del VLT no pueden darse el lujo de parar. Por eso de día hay ingenieros solucionando cualquier tipo de problema que pueda surgir. Ellos, nos dicen, lo saben todo: desde cuántas botellas de agua hay en el complejo, hasta cuando hay que limpiar los espejos. Son los más locuaces, especialmente sin son chilenos. No así los astrónomos y todos quienes trabajan de noche. Un descubrimiento crucial podría perderse por ese descuido. Pese a su demandante labor se dan el tiempo para "la tradición". Cerca de las 20:15 horas salen a la superficie del observatorio para mirar el atardecer. Ahí a 2.650 metros esperan junto a las cúpulas ver "el rayo verde": el último hilo de sol que se esconde tras el horizonte y que da inicio al 'día' de trabajo.
Adentro son maestros manejando los computadores de los telescopios. A ojos inexpertos sólo números en la pantalla, pero afuera hay un rayo láser que sube 90 km. en el cielo y que ayuda a explorar las estrellas, que el cielo en ese lugar deja ver a simple vista. De hecho, salir a la cumbre a verlas es inevitable. Confirmo cuán cierto es eso de que el cielo "se te cae encima". Esa visión única justifica la remota ubicación de Paranal y aunque dan ganas de mirar por horas ese espectáculo único, la visita debe continuar y bajarnos del "cielo" para devolvernos a la realidad.
Fuente: latercera.com
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